
Una de las torturas mentales más comunes por las que pasan los engañados después de enterarse de una infidelidad es la expectativa de que se tienen que esforzar más por reconquistar al infiel. La expectativa viene directamente del infiel —”Te engañé porque eres malísimo (como pareja, limpiando la casa, en la cama). ¿Cómo vas a cambiar eso y hacer que me quede contigo?—. O viene de la codependencia del necio —”¿Qué hice yo para que me engañara? ¿Y cómo puedo ser una mejor pareja para que no me abandone?”—. A menudo ambas dinámicas intervienen y se alimentan entre sí. El infiel, por supuesto, está muy feliz de culparte a ti.
Cuando pasan cosas terribles es muy natural querer sentirse en control. Pensar, “Si tan solo hubiera hecho X y Y, eso no hubiera pasado”. Si la culpa es tuya, el razonamiento dice que TÚ lo puedes arreglar. (A los codependientes les encanta arreglar cosas). Así que vas a tomar esta desagradable situación y vas a pensar que puedes controlar el resultado al esforzarte más.
Esta es una mala idea por varias razones. Primero, tú no tienes la culpa de haber sido engañado. Eso recae en el infiel. Y como dice la terapia acerca de los que tienen un comportamiento autodestructivo, —la regla de las tres C— “Tú no lo CAUSASTE, no puedes CURARLO y no puedes CONTROLARLO”.
Segundo, si ves el engaño como una competencia que debes esforzarte más por “ganar”, el matrimonio se convierte en una subasta entre el necio y el infiel. Lo mejor que puedes hacer es retirarte, porque el juego está arreglado. No hay una oferta ganadora. El infiel solo quiere que la competencia continúe para siempre. (Mira La teoría unificada del postre). El traicionero quiere quedarse sentado, como si nada, mientras tú bailas el humillante zapateo de “¡Elígeme a mí!”. Eso lo hace sentir poderoso, importante, especial.
La infidelidad surge de un sentido de merecimiento. Lo único que haces cuando compites por tu matrimonio es solidificar ese merecimiento —que la felicidad del infiel depende de TI, y fallaste—. Las relaciones saludables se basan en reciprocidad. La infidelidad es una situación tóxicamente desbalanceada. El infiel quiere que la balanza se incline a su favor (más atención, más caricias del ego, más sexo, más materialismo) a costa tuya. Simplemente no quiere esforzarse tanto, y se va a enfurruñar si lo obligas.
¿Qué implica el humillante zapateo de “¡Elígeme a mí!”?
- Montar una defensa de tu matrimonio; excusar a tu infiel, cueste lo que cueste, por Lo Que Tienen Juntos.
- Comerte el sándwich de mierda. No mencionar el engaño. Ocultar tus sentimientos para no molestar al infiel con tu angustia.
- Creer que la necesidad del traicionero de ser “feliz” tiene el mismo valor que la promesa que te hizo. Si el infiel quiere romper esa promesa, está bien, hay maneras honestas de hacerlo; empezando por un abogado de divorcios. Si quiere enfocarse en la felicidad, puede ir a terapia, rezar o ser voluntario en un refugio de animales. Pero no puede tener los beneficios de un matrimonio Y TAMBIÉN echar un polvo por el lado porque no está “feliz”.
- ¡Hagamos un trato! No hagas un acuerdo con el diablo; pensar que si sigues esforzándote más por hacer feliz al infiel y arreglar los problemas, no te traicionará.
- ¡Supercónyuge! Tener sexo histérico para reconectarte, o ir al gimnasio y vestirte mejor. Si estás tratando de ser un mejor tú para “ganar”, solo lo estás premiando. Sé un mejor tú para TI. Tu próxima pareja lo apreciará mucho más que él.
- Por último, no ruegues. No agarres sus tobillos mientras sale por la puerta. No te arrojes llorando sobre el sofá. Déjalo ir.–