La reconciliación y las concesiones

chasing unicornComo ya saben todas las personas que me leen con asiduidad, no albergo grandes esperanzas relativas a la reconciliación tras una infidelidad. No es que crea que una reconciliación es totalmente imposible, es que apenas he visto pruebas que respalden esa idea. (Suelo compararlo con un unicornio, una criatura mítica, raramente vista, en la que me gustaría creer.)

La razón principal por la que soy escéptica con la reconciliación es porque la gente se da concesiones.

Es la premisa en la que se basa todo mi blog.

La gente engaña a su pareja porque se cree con derecho a ello. Y no hay más. Es la sencilla respuesta a la dolorosa pregunta del POR QUÉ. Yo no creo que la gente engañe a su pareja porque están destrozados, ni por los problemas que arrastran de su familia de origen, ni por los irresistibles poderes de los enamoramientos por Facebook. No creo que la gente sea infiel por las crisis de mediana edad, que se ciernen sobre antiguos miembros del clero cual nube tóxica de almizcle. No creo que la gente sea infiel porque llega a la perimenopausia. No creo que la gente sea infiel porque una descocada se le tiró encima y derribó sus defensas tras la muerte de su madre. No creo que la gente sea infiel porque la monogamia no es un imperativo evolutivo. Creo que la gente es infiel porque se da a sí misma permiso para serlo, y eso, a fin de cuentas, es una cuestión de carácter.

Así que cuando el Día D estalla, es bastante difícil creer que esa persona vaya a decidir enfocarlo desde la humildad. Para eso, tendrían que cuestionarse ese derecho que se han concedido. Y una cosa hay que reconocerla: autoconcederse un derecho es una sensación magnífica. La humildad, no tanto.

Por supuesto, otorgarse un derecho solo es una sensación magnífica en caso de que puedas suprimir la empatía. (Las personas con un trastorno de verdad no tienen empatía.) Otorgarse derechos es como decir «¡Todas las galletitas para mí!». La empatía es decir «Seguramente debería compartir las galletitas. Se te ve triste sin galletita. Por más que quiera todas las galletitas para mí, no sé si podré disfrutarlas sabiendo que a ti te pone triste no tener ninguna.»

Cuando se pilla a una persona siendo infiel, harán muchas cosas por mantener esos derechos que se han concedido. Harán luz de gas. ¿Galletitas? No tengo galletitas. Le echarán la culpa a su pareja. Es justo y adecuado que tenga yo todas las galletitas, porque tú no sabes apreciarlas. Trastornan. Te daría una galletita, pero me preocupa tu salud. Te sienta mal el azúcar. Complican las cosas. ¿Galletita? Define galletita.

Siempre que alguien crea que tenía derecho a hacerlo, no existe posibilidad de reconciliación.

Una vez te das cuenta de esto, lo demás viene solo. Los ingenuos se aferran a la transparencia como un clavo ardiendo. ¡No me ha dado sus contraseñas! ¡No quiere cerrar la cuenta de Facebook! ¿Cómo puedo controlar esto?

No hay que controlarlo. Que se sientan con derecho a mantener su privacidad significa que no hay por dónde empezar. Se sienten con derecho a no responder a tus preguntas. Se sienten con derecho a seguir trabajando con esa persona. Se sienten con derecho a seguir pensando en su amante con cariño.

Pero el peor de los derechos que se creen que tienen tras ser descubiertos es que se sienten con derecho a la reconciliación, punto. Piensan que merecen todo el tiempo del mundo para salir de la «niebla», para responder a tus preguntas, para leer un libro o para concertar la cita con el psicólogo. Más asqueroso aún es que se sienten con derecho a que la persona engañada les dedique su paciencia.

Y peor todavía es que se sienten con derecho a seguir disfrutando de todas las ventajas del matrimonio de las que disfrutaban antes de que los pillaran: a que su pareja los consuele y los valide, al sexo, a las tareas de casa, a los ingresos.

La humildad es mucho más difícil. La humildad significa que no todo se trata de ti. Significa que no puedes contar con obtener una recompensa sí o sí. La humildad acepta las consecuencias y no intenta controlar los resultados. La humildad no intenta controlar la narrativa ni proteger su imagen.

La humildad duele. Lucha constantemente con la vergüenza. La humildad reconoce que recuperar la confianza es un proceso largo y laborioso que podría terminar en cualquier momento, a pesar del esfuerzo. La humildad trabaja mucho a cambio de nada. Da explicaciones sin esperar a que le pregunten. No guarda secretos.

La mayoría de los ingenuos que desean la reconciliación aceptan que transformar esa sensación de arrogancia en humildad es un proceso. Y así, tras una traición, peleando con el inmenso dolor que sienten, los ingenuos aceptan aún MÁS humildad y se comen sándwiches de mierda mientras esperan a que la persona infiel vaya pillando también el concepto.

Me cabrea muchísimo. Todos los comienzos en falso y las veces que se rompe el contacto cero. Los infieles «pasando el duelo» por su amante, con la mirada vacía ante las preguntas y diciendo «no me acuerdo».

Los ingenuos creen en la humildad, porque se les da genial. Creen que las personas que los han engañado acabarán por entenderlo. Ven espectáculos de arrepentimiento, lágrimas, perdones y les dan crédito. Mantienen el rumbo, porque creen en el poder transformador del dolor. Está claro que esta persona tiene que darse cuenta del daño que me ha hecho y sentirá la necesidad de arreglarlo. Los ingenuos también creen que el propio dolor de los infieles les llevará a unir los puntos que van de acción a consecuencia.

Sigo siendo una ingenua, porque sigo creyendo esas cosas. Yo sí creo que la gente cambia. No creo que todo el mundo sea un narcisista sociópata incapaz de sentir empatía. Pero también creo que cambiar es DIFÍCIL, y un ejemplo tremendo de demora de la gratificación. Un cambio a largo plazo requiere muchísimo trabajo, y las recompensas no se ven de inmediato. No creo que este camino sea el más atractivo para la mayoría de las personas infieles.

¿Por qué alguien que tiende al escapismo (una aventura) iba a convertirse en alguien capaz de demorar la gratificación? Las recompensas de la reconciliación no son inmediatas, y lo que hacen es bajar los humos. ¿Por qué alguien que se siente con tantos derechos iba a elegir la dolorosa senda de la humildad? ¡Porque hay un montón en juego! La familia, y las finanzas, ¡y el respeto de los niños!

Las personas infieles no creen que vayan a perder eso. ¿Por qué? Porque tú sigues ahí. Ayudándolos con los deberes, acompañándolos en su camino, dándoles la mano en esto de la humildad. La reconciliación en sí no ayuda a las personas infieles con sus problemas de autoconcesiones. En todo caso, lo que hace es obstaculizar el verdadero progreso, ya que no supone consecuencias notables.

¡Pero estarán agradecidísimos de que les hayas dado la oportunidad! Sí, yo también quiero creerlo. Pero ¿qué tal les ha salido eso a todos los ingenuos que hay aquí, refugiados del fracaso de la reconciliación, muchos de ellos años después de la aventura original? Además, incluso si las personas infieles sienten verdadera gratitud cuando se les da otra oportunidad, ¿pueden acabar de verdad con la actitud que les llevó a esas autoconcesiones?

Los infieles reformados pueden ser como los borrachos secos. Todo el engreimiento, pero sin expresarlo acostándose con otras personas. Puede ser que gasten más los recursos conjuntos, que contribuyan menos en casa, que no tengan un trabajo estable. ¿Por qué? Porque son especiales. Creo que, en cierta medida, les parece que tú tienes suerte de contar con su excelsa presencia. ¿Eso es mejor? ¿Vale la pena salvar eso?

Si tú fueras una persona infiel que está estudiando las opciones que tienen tras el Día D, ¿qué escogerías a continuación? Reconciliación auténtica: vergüenza y mortificación, un trabajo muy duro para reconstruir la confianza, pero sin garantías de éxito, aunque mantienes tu matrimonio, tu familia y tus finanzas intactas. Gratitud eterna explícita con la persona a la que engañaste por seguir contigo.

¿O tarta? La apariencia de reconciliación, haciendo lo mínimo imprescindible en términos de disculpas y terapia de pareja. No hay vergüenza ni mortificación (porque tu pareja no se lo dirá a nadie y seguirá protegiendo tu imagen). El matrimonio, la familia y las finanzas quedan intactos. Se mantienen abiertas las opciones de aventuras actuales o futuras.

¿O escapar? Sigue el arcoíris y empieza una nueva vida con tu reluciente amante. Vale, pierdes el matrimonio, la familia, y la mitad de las finanzas, pero ganas en purpurina y te da la sensación que has cambiado tu modelo por otro mejor. Si tu ex y tú seguís siendo «amigos», es posible que seas capaz de controlar la narrativa e incluso tener a otra persona a la que tirarte de vez en cuando. La opción de escapar también mantiene la tarta.

¿O el divorcio? Adiós al matrimonio, la mitad del tiempo con la familia (si llega a eso), la mitad de las finanzas. Mortificación, vergüenza, falta de control sobre la narrativa de la persona engañada. La oportunidad de volver a empezar de cero con una nueva persona.

Las dos únicas opciones sinceras aquí son la reconciliación de verdad y el divorcio. Las dos sendas más difíciles. Si eres una persona que ya ha demostrado falta de carácter, ¿qué camino crees que te tentaría más? Si tiendes al escapismo y a hacerte autoconcesiones, ¿cuánto crees que aguantarás por un camino duro sin caer? Solo uno de estos caminos requiere humildad total, y es la reconciliación. Los otros tres permiten mantener la mayor parte de las galletitas, o todas.

¿Veis por qué soy escéptica?

Translation by Inés Cendón Rodríguez DE, EN > ES, GL

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